lunes, 18 de octubre de 2010

El poblado de las Montañas

La mañana mostraba su cara rancia y putrefacta; era oscura y triste, pero a su vez el sol iluminaba lo poco de esperanza que había en ese poblado.
A lo lejos del horizonte se divisa un auto de un color rojo fuerte que con las luces encendidas se acercaba a alta velocidad. Desde la casa más cercana a la ruta se percibía una anciana de exóticas vestiduras, su apariencia era campirana; recostada sobre su reposera observaba como ese vehículo se acercaba cada vez más a su hogar; a su pueblo natal.
Mientras los pájaros cantaban su rutina matinal, un hombre caminaba a lo lejos, sobre las montañas que rodeaban ese entristecedor paisaje.
A su vez en la zona más alta, enfrentado al crepúsculo se hallaba Franklin, un hombre alto de pelo y ojos oscuros, llevaba puesto un saco negro de vestir derruido por el tiempo y un Jean azul que por la apariencia de este, se mostraba para uso laboral.
Detenido en el tiempo; contemplando el panorama, percibiendo cada detalle y acción, estaba el.
Su cuerpo permanecía en ese determinado punto, donde cortan los ejes de espacio y tiempo, pero su mente, su conciencia, su espíritu, no estaban allí.
El tiempo pasaba y el pobre hombre no luchaba contra el reloj, solo dejaba que la vida de el, de todos, del mundo entero; continuara.
Cada minuto parecía un siglo, cada segundo una vida y cada momento una eternidad.
Atrás de el sin darse cuenta asoma un hombre de igual apariencia que el, pero mostraba un rostro de enojo e ira, a diferencia de Franklin que su cara no dibujaba nada.
Fue cuestión de un segundo o menos para romper ese trance en el cual permanecía ese muchacho perdido, abandonado por su conciencia.
Fue solo escuchar el grito de un hombre de el cual alguna vez fue un aliado, una caja de secretos, su mejor amigo.
La anciana que estaba a no mas de un kilómetro logró escuchar sus discusiones, al lograr percibir dicha escena solo se quedo observando como todo pasaba.
El hombre que caminaba en las montañas, solo giró la cabeza para ver de donde aparecía dicho griterío, al lograr notar su ubicación volvió la cabeza y siguió su rumbo.
En el medio de la discusión el pánico atacó a Franklin, y como reacción a dicha acción sacó algo de su saco algo frío y letal, un arma.
La levantó y junto con el eco del paisaje se escuchó un gran estruendo, ya todo termino.
La anciana, sin mas pensarlo se encerró adentro, el auto rojo frenó en un abrir y cerrar de ojos, apagó las luces y todo dentro de el se detuvo.
Franklin, respiró profundo y solo corrió en dirección al hombre que caminaba en las montañas, a lograr alcanzarlo apoyó su mano el en el hombro de este, suspiró levemente y ambos siguieron el camino marcado por los haces de luz.

Escrito por Cristian Serron

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